La primera lección sobre gestación subrogada es saber diferenciar entre la subrogación tradicional y la subrogación gestacional.
La infertilidad no es un nuevo problema de la sociedad moderna. Mujeres de todos los tiempos han tenido dificultades para concebir y la única manera posible de construir una familia era a través de la ayuda de una mujer gestante.
Los primeros indicios de gestación subrogada que aparecen en nuestra cultura se remontan 2000 años antes de Cristo, y el Antiguo Testamento (Génesis 16) narra cómo Sara, la esposa de Abraham, era infértil y le ofreció a su marido la esclava Agar para que le gestara su hijo. Sara dijo a Abraham «Ya que el Señor me impide ser madre, únete a mi esclava. Tal vez por medio de ella podre tener hijos» y así fue.
Este tipo de «acuerdo» (lo pongo entre comillas porque dudo que lo hubiese tratándose de una esclava) se conoce como acuerdo de subrogación tradicional, y la gestante pone su material genético, dando a luz un bebé que biológicamente es suyo.
Esta práctica ha ido sucediendo a lo largo de la historia hasta llegar a 1976, donde se documenta el primer embarazo por subrogación con testimonios y detalles. Fue el abogado Noel Keane quien negoció el primer contrato legal de subrogación tradicional entre los padres de intención y la madre gestante, quien no recibió ninguna compensación por ello. Keane creó un Centro de Infertilidad, organizando cientos de embarazos subrogados al año. También estuvo implicado en notorios casos y demandas sobre algunos de los acuerdos llevados a cabo, como el caso Kane (1980) o el caso Baby M (1986)
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